Coordinador Gonzalo Núñez-Lagos Laborda. email: seo-sierradeguadarrama@seo.org Secretario Benjamín Berdiales Fraga.

lunes, 1 de junio de 2009

Por los valles de los ríos Viejo y Pirón (Segovia)


El sábado 30 de mayo de 2009 nos reunimos a las nueve y media de la mañana en Torrecaballeros (Segovia) Honorio Iglesias, Javier Ramil, Luis Cabrejas, Roberto de la Peña, José Antonio López y yo con el propósito de efectuar un recorrido por los valles segovianos de los ríos Pirón y Viejo guiados por Honorio, lo cual fue todo un privilegio.

Poco antes de la reunión y mientras íbamos en coche informo a José Antonio de la observación de un alcaudón dorsirrojo posado sobre un cable eléctrico: buena inyección de adrenalina.


Desde Torrecaballeros nos desplazamos en coche a la población cercana de Losana de Pirón desde donde partiría nuestra caminata. Pegaba el sol considerablemente a pesar de una cierta cobertura de nubes y nos cubrimos la cabeza con viseras. Comenzamos a caminar por un sendero que descendía hacia la ribera del Pirón, Luis se ayudaba de un cayado ya que tenía alguna molestia física en una rodilla. En realidad nos acompañó un pequeño tramo de hora y media o así y se volvió a casa. Para algunos esto supuso una decepción ya que esperaban ávidamente degustar la popular ensaladilla rusa de Doña Pilar, su mujer. El paisaje es de un verdor deslumbrante, salpicado a mano izquierda de zonas boscosas de encina, melojos, saúcos, retamas y a mano derecha prados, pastizales y en las lomas, sabinas, y todo ello con un tapiz herbáceo y florido omnipresente. Empiezan a surgir las primeras observaciones: un pequeño bando de buitres leonados cicleando, estorninos negros, urracas, una cigüeña blanca, golondrinas comunes, vencejos comunes, un milano negro, un ratonero (éste creo que lo descubrió Luis), varios trigueros cantando a lo largo del camino, ruiseñores comunes, un alcaudón común posado en lo alto de una encina.

A medida que bajamos al río añadimos varias cogujadas montesinas, una totovía cantando, un zorzal charlo, yo oigo rabilargo en la lejanía y veo un escribano soteño, oímos oropéndolas, algún que otro mirlo y torcaz se nos cruza, al rato una abubilla y se deja oir un zarcero común. Una curruca mirlona nos mantiene entretenidos en su búsqueda infructuosa por unos instantes y oímos los primeros mosquiteros papialbos. La verdad es que el comienzo es un sabroso aperitivo.

Honorio nos comenta la ruta prevista y el siguiente punto es llegar a la Cueva de la Vaquera; es casi mediodía y de repente, justo cuando llegamos al río, nos aparecen como ángeles venidos del cielo un águila imperial adulta y un inmaduro de águila real haciendo cabriolas aéreas, y todo ello gracias a que nos detuvimos a observar un beleño junto a un puente de madera. Este fue un momento de éxtasis para el quinteto. Nos quedamos como un cuarto de hora fascinados observando las evoluciones en vuelo de ambas rapaces. Roberto parece ser el más entusiasmado, pues no para de repetir ¡qué pasada!. Encima se añaden un par de buitres leonados y un buitre negro. Entretanto nos surge una abubilla, oímos cantar al cuco, sale una tórtola común y por la arboleda se escucha un herrerillo común, jilgueros y pinzones vulgares. Seguimos avanzando por la ribera del Pirón y nos siguen surgiendo especies que añadimos a la lista: chochín, ruiseñor bastardo, verderón, verdecillos, cornejas. Honorio y algún otro ve un cernícalo y un milano real que yo me perdí, además de un corzo por una ladera.





Llegamos a la Cueva de la Vaquera que queda oculta desde el exterior por un magnífico y aromático saúco en flor. Momentos antes, en las paredes calizas observamos especies típicamente rupícolas: gorrión chillón, avión roquero, más vencejos comunes que nidifican allí, un colirrojo tizón y próximo al lecho del río descubrimos un nido de abejaruco a pocos metros del agua. Los abejarucos merodean por la zona. Nos aparecen dos jinetes y una joven amazona a lomos de sus corceles, son conocidos de Honorio e intercambian unas palabras. Uno de ellos dice que por allí va gente de SEO a anillar, y resulta que se trata de nuestro mismísimo presidente, Eduardo de Juana. También vimos un rebaño de ovejas merinas. Para acceder a la cueva previamente hemos de atravesar el río sorteando una zona encharcada, con zarzas y cicutas. Llegamos a la cueva de lodo hasta las tibias y varios sacan linternas frontales: comienza el primer curso de espeleología impartido por el excelentísimo profesor Honorio Iglesias. Nos introducimos en la cueva y la primera sensación es térmica, de frescor y humedad y lumínica, de oscuridad. Honorio nos explica que allí se encontraron restos arqueológicos del Neolítico. Mientras yo les espero en el hall de entrada custodiando las mochilas, ellos cuatro penetran en las entrañas de la caverna. Honorio les explica que allí se cobijaban los antiguos humanos cuando aún no dominaban a las bestias. En el interior hay un río formado por la filtración de agua de lluvia que ha erosionado la caliza por el techo, pero que al tratarse de marga (mezcla de caliza con arcilla), al llegar a la parte arcillosa, el agua no ha podido filtrar y profundizar más en el terreno y de ahí que se haya formado la susodicha corriente. También en el interior, tras haber observado varios murciélagos, creo que alguno de herradura, se comenta que se echa de menos la presencia de Gonzalo Núñez-Lagos, lo cual, en tales condiciones de oscuridad, provoca risitas agudas, ya que hicieron el ejercicio de apagar los frontales y las linternas y escuchar a su lado los aleteos de los murciélagos, y fue en esa oscuridad donde se comentó que Gonzalo tendría mucho peligro.




Mientras ellos se hallaban en el interior, yo salí al exterior a seguir observando aves: un cuco me sale de un álamo próximo, cópulas de gorrión chillón observando a la gorriona entrar en el nido, un verdecillo canta sobre una rama rabiosamente encelado, una tórtola común emite sus arrullos acompañando a una torcaz, una hembra de colirrojo tizón en la roca y escucho cantar a un zorzal común y a un coro de ranas comunes. Salen de la cueva el maestro espeleólogo y sus tres alumnos con sus diplomas virtuales de cadetes bajo el brazo. Proseguimos la marcha, próxima estación: Puente de Covatillas, donde nos sentaremos a comer. Nos cruzamos con un grupo excursionista al que civilizadamente saludamos. De entre el grupo surge una joven que curiosamente nos pregunta: " ¿cómo se llama lo que hacéis?". José Antonio, con tono grave y un tanto exacerbado responde para carcajada del grupo: "¿andar?". Yo le respondo: " observación de aves". "Ah, vale" replica satisfecha, y sigue su camino. Nos van surgiendo más especies: petirrojo, curruca capirotada, carbonero común y agateador común. Pero también es el momento de los herpetos y sacamos sapo corredor, culebras viperina y de collar, aparte de las abundantes ranas comunes. También nos llama la atención la congregación en la arena del río de niñas turquesas, mariposas de pequeño tamaño y alas azuladas. La comida la hicimos en la compañía de un chucho local sentados sobre unas rocas en una umbría ribereña. Honorio saca la bota de vino tinto y aprovechando que me pide unas servilletas de papel, yo le propongo un trueque por un trago de su pellejo de vino.




Tras la comida nos dirigimos a la torca, producida por el derrumbamiento de la bóveda subterránea caliza de un hueco interior de la roca. Por el camino nos surge, como novedoso, pardillos comunes, una collalba gris, grajillas (incluído un cascarón de huevo), reyezuelo listado y no sé si alguien oyó el ladrido de un zorro. Para llegar a la torca antes subimos la ladera a mano izquierda y dejamos momentaneamente el río Viejo. En el interior de la torca ha brotado un saúco de gran porte, seguramente producto de la germinación de una semilla deyectada por algún ave. Nos hacemos unas fotos de grupo y rápidamente descendemos hacia el río ya que empieza a chispear y el cielo está oscuro. Una vez abajo, nuevas especies: un cuervo y un halcón peregrino al que acompaña un cernícalo. También nos llama la atención varios lagartos ocelados, hasta tres nos salieron y un pinzón vulgar caminando y saltando sobre los ranúnculos del río como si de una jacana se tratara. Más adelante observamos un rebaño de vacas sobre las que Honorio nos alecciona acerca de las distintas razas presentes y por fin llegamos a uno de los coches, pues los otros dos los dejamos en el pueblo. Nos subimos al coche algo cansados de la marcha, calculamos en torno a unos 15 kilómetros recorridos y ya en el interior del vehículo arrecia la lluvia.





Llegamos de nuevo a Torrecaballeros y decidimos sentarnos en la terraza de un bar a tomarnos unos tercios de cerveza. Aquí se añaden nuevas especies, en esta ocasión proantrópicas: gorrión común, tórtola turca, avión común, que entra continuamente a su nido bajo el alero de un tejado. La gata tuerta y vieja de la dueña del bar nos hace compañía. Aquí Roberto se despide del resto ya que ha de llegar pronto a casa para una cena familiar. Desde Torrecaballeros nos vamos a Valsaín con el último objetivo de la jornada, intentar ver al chotacabras gris. Como nos sobra bastante tiempo, cenamos en otra terraza a base de tapas y más cerveza. Terminamos de cenar y subimos una senda en medio de un melojar. Son las diez menos cuarto de la noche y todavía canta un pinzón, un cuco y un zarcero. Vuelan algunos murciélagos y finalmente, para nuestro delirio, oímos el canto monótono y retumbante del chotacabras. Y nos sale una hembra un vuelo, y nos sale también un macho. Y así varias veces por alrededor de unos tres cuartos de hora. Incluso en una de las veces un macho se posa en la rama de un rebollo y le vemos cantando a escasos metros. Misión cumplida, para Javier y José Antonio era primicia, nos marchamos satisfechos con la noche cerrada y con brisa fresca y húmeda. En nuestras retinas quedan los flashes de imágenes memorables. Muchas gracias Honorio y Javier por ser tan buenos anfitriones, a ver si la repetimos para otoño o invierno.

Saludos,
Carlos Sánchez

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