Hola a todos.
El pasado sábado, 14 de julio,
organizamos una pequeña ruta por los alrededores de la pedanía de
Robledondo, para intentar avistar alguna de las rapaces que pueblan
nuestra sierra y asistir a los últimos coletazos de la época
reproductora de las aves de media montaña.
El día prometía calor, despues de una
semana sofocante en todo el centro peninsular, y aun así, la
convocatoria fue un éxito, con 22 personas apuntadas (de las que
finalmente se descolgó uno) y cuatro miembros del grupo.
Partimos de Robledondo, en dirección
al cementerio, a eso de las nueve y media de la mañana, con un día
en el que, a pesar de que ya se veía que el sol iba a pegar de
plano, la brisa hacía más que soportable. Nuestra idea era
continuar la pista que sale de allí, para continuar en dirección al
camino del Pinar y volver por el cauce del Arroyo de Robledondo; sin
embargo, gracias a las indicaciones de Lorena, natural del pueblo,
decidimos bajar hasta el Arroyo del Hornillo, donde habría más
posibilidades de ver aves.
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Observando las primeras aves |
Como viene siendo habitual, ya en el
pueblo comenzamos ver a los primeros compañeros de viaje: los
habituales gorriones y urracas, y una buena cantidad de golondrinas,
vencejos y aviones que, con sus vuelos acrobáticos, daban buena
cuenta de los primeros insectos matutinos. Abajo, en el soto, se oían
las oropéndolas, y desde sus posaderos en los arbustos cercanos, los
alcaudones reales oteaban su territorio en busca del desayuno,
mientras las tarabillas comunes y algún verdecillo buscaban también
su pitanza.
No acabábamos de salir del pueblo
cuando las primeras rapaces hicieron su aparición: algunos buitres
leonados nos sobrevolaron a baja altura, y una águila calzada nos
deleitó con sus evoluciones en el aire, para acabar posándose en
una roca cercana, donde dio buena cuenta de la caza de la mañana.
Sobrevolando el valle, un impresionante bando de unas ochenta chovas
piquirrojas llenó el cielo con sus graznidos, mientras en un enebro
cercano vimos la primera curruca del día: una carrasqueña. En
teoría debían ser uno de los objetivos del día, pero la verdad es
que se dejaron ver bien pocas.
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Aunque parezca mentira, es una águila calzada |
Lo que sí pudimos ver fue una gran
cantidad de saltamontes, cigarrones, chicharras... el nombre se me
escapa, de gran tamaño, que durante estas épocas dan de comer a
gran variedad de aves en estos montes, como alguno de los milanos
reales que se dejaron ver. No faltó tampoco a la cita un diminuto
ejemplar de sapo corredor que hizo las delicias de casi todos.
Tras coronar la loma a la altura del
depósito de agua, continuamos la senda que bajaba hacia el Arroyo
del Hornillo. El día ya estaba avanzado, y el sol pegaba de lo
lindo, lo que no favorecía la observación de pequeñas aves. En los
arbustos se dejaron ver las siempre descaradas tarabillas comunes,
algún otro alcaudón real, y algún bonito ejemplar de escribano
montesino.
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Vistas del embalse de La Aceña |
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Bajando hacia el arroyo |
Llegamos hasta el arroyo, donde hicimos
un alto para reponer fuerzas ante la atenta mirada de un rebaño de
vacas, que pacían despreocupadamente. Allí se nos planteó una gran
duda: era ya tarde y teníamos que elegir entre volver sobre nuestros
pasos, deshaciendo el camino, o continuar, remontando el arroyo,
hasta llegar al camino del pinar, para completar desde allí la ruta.
Mientras estábamos decidiendo, llegó la gran sorpresa del día: una
pareja de águilas reales adultas nos sobrevoló, dejándose ver en
todo su esplendor. Sólo por este avistamiento ya había merecido la
pena la ruta. ¡Qué maravilla de animal!
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Otro tipo de fauna |
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Un pequeño descanso |
Finalmente, decidimos hacer dos grupos.
Aquellos con algo más de prisa volveríamos por el camino original,
y el resto continuarían por el camino previsto. La vuelta nos
proporcionó algún que otro avistamiento interesante: cerca de unas
rocas pudimos ver una pareja de cernícalos ¿primillas? en sus
tareas de caza, mientras que alta, en el cielo, una culebrera europea
remontaba hasta perderse de vista. El día todavía nos deparó el
avistamiento de una curruca rabilarga, y una cogujada montesina. y,
ya en el pueblo, un pollo de colirrojo tizón siendo cebado por su
diligentes padres.
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Pollo de colirrojo tizón |
El segundo grupo, al atravesar por un
pequeño bosquete de pinos, consiguieron ver, además, especies más
típicamente forestales, como agateador común, trepador azul,
herrerillo capuchino, y los carboneros común y garrapinos. Más
arriba, en el páramo, se vieron el acentor común, la collalba gris,
la totovía y el cuervo.
No dio tiempo para más. Una estupenda
mañana de verano, en muy buena compañía, en la que, quizás, no
conseguimos ver todo lo que pretendíamos, debido a lo adelantada de
la estación, pero en la que pudimos hacernos una idea bastante
aproximada de la fauna que puebla las lomas de nuestra sierra.
Volvemos en otoño, cuando los calores
nos den un respiro.
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